Gregorio Sánchez es otro autor ilicitano que ha querido compartir con todos un relato llamado "la bañera". Podeis seguir a Gregorio a través de su blog relatosgregorio.blogspot.com.es
La Bañera
Un
día duro, como todos. El deseo de sumergirse en la bañera con agua caliente le
acompañó toda la jornada. Estancada en su mente, la idea se negaba a ceder
terreno a otras en la materia gris.
La
verdad es que aquel día había sido nefasto, uno de esos que más vale no
levantarse de la cama. Había tenido un accidente con el coche, llegado tarde al
trabajo y la acumulación pendiente le obligó a alargar la jornada, llegando
tarde a recoger a su hijo que la esperaba en la puerta del colegio en un mar de
lágrimas. Las madres de los otros niños no escatimaban en críticas hacia ella,
aludiendo a su poca responsabilidad y falta de sensibilidad hacia el niño. Ya
en casa se le había quemado la cena, que tuvo que sustituir por unos coquetos
bocadillos.
Por
lo menos el humor de su marido no había cambiado, seguía llegando a casa con un
humor de perros que su trabajo de “repartidor de gusanitos” en una ciudad
atestada de tráfico se encargaba de alimentar. Por lo menos la bolsa de
chucherías que trajo el padre consiguió acallar al niño, aunque esto generaría
otra batalla: la batalla por acostar al pequeño, que empeñado en comerse todos
los dulces, no había manera de convencerlo para ir a dormir.
Por
fin el niño estaba acostado en su cama y su marido también, éste en el sofá.
Todos los días igual, a media película el señor se quedaba roque con la boca
entreabierta y emitiendo una variada colección de ruiditos. Cumplió el ritual
diario de despertar al hombre que tras vomitar una serie de malsonantes
improperios se dirigió tambaleándose hasta la cama donde se dejó caer como un
peso muerto.
Llegó
el momento deseado. Como un ritual dedicado al dios de la relajación, preparó
todos los elementos para el baño. Contemplando la bañera llena de espumosa agua
humeante se quitó la ropa e introdujo un pie. Quemaba al primer contacto, pero
pronto se acostumbró a la elevada temperatura y poco a poco se fue deslizando
hasta quedar sumergida hasta el cuello. Como un iceberg que flota con el
noventa por ciento de su masa por debajo de la superficie. Así se sentía ella,
como un frío bloque de hielo que se va derritiendo al contacto con el agua
caliente. Calor que insensibilizaba su cuerpo dándole la sensación de flotar.
Cerró los ojos y disfrutó del silencio que reinaba en el cuarto de baño. Con la
visión anulada, su atención se centró en el crepitar que producía la espuma al
movimiento ondulante de su propia respiración. Sus pechos flotantes despuntaban
ligeramente sobre la espuma, como cumbres coronadas de niebla. Aquello era lo
que necesitaba, paz y tranquilidad envuelta de vapor con esencia de eucalipto
que le despejaba la nariz permitiéndole respirar sin dificultad. Se sacudió
para acomodarse mejor y aquello provocó una marejada con olas de varios
milímetros que se estrellaban ruidosamente en los bordes de la bañera creando
flujos y reflujos y aumentando el crepitar de la espuma.
Abrió
instintivamente los ojos y ahogó un grito al ver una figura difusamente
reflejada en el empañado espejo. Buscó con la mirada al propietario de aquel
reflejo y al no encontrarlo su corazón se aceleró. La ausencia de todo tipo de
sonido hacía que sus latidos retumbasen en su cabeza, creando una terrorífica
sensación de angustia. Como el vapor no le permitía ver con claridad, se
incorporó para ver mejor a través de los huecos que las bombillas creaban en el
húmedo cristal. El reflejo de una chica joven se fue haciendo cada vez más
nítido a medida que entraba en el área desempañada. Ahora podía ver con
claridad a una chica joven que se peinaba con la mirada perdida en las
profundas ojeras que ensombrecían su demacrado rostro. Tragó saliva, empujándola
ruidosamente por la garganta. Esto provocó que la figura se girara para mirarla
directamente a los ojos sin dejar de desenredar con dificultad su rizado
cabello.
No
aguantó más y lanzó un grito, que surgió ahogado al tener las manos
instintivamente en la boca. Con el cuerpo tembloroso se sentó en la bañera, su
cuerpo volvió al estado de frío hielo que ni siquiera los vapores podían
aliviar. Ahora la veía mejor. Veía como desde las abiertas muñecas, unas espesas
gotas de sangre resbalaban por el brazo, cayendo ruidosamente sobre el lavabo y
no solamente en el reflejo, sino también sobre el verdadero lavabo en el que
aparecían unas manchas rojas. El suelo estaba manchado de sangre, marcando un sinuoso
rastro hasta la bañera. Bajó la vista y con la mano apartó la espuma dejando
visible el agua que abundante sangre había enrojecido. La visión de la bañera
cubierta de sangre hizo que volviera a gritar histéricamente. Sin manos que
amortiguaran el sonido, el bramido retumbó en su cabeza provocando un agudo
dolor que llegó a marearla.
-¿Qué
pasa? –escuchó a su marido gritar a lo lejos.
La
chica del espejo, tras señalar la dirección de donde procedía el grito de su
marido, se llevó el dedo a la boca en señal de silencio.
-¿Quién
eres? ¿Qué te pasó? –acertó ella a preguntar con voz temblorosa.
La
fantasmal joven le mostró sus recientes heridas.
-Ya
sé que te suicidaste, pero ¿por qué?
La
puerta se abrió de repente provocando que una ráfaga de aire frío recorriera la
estancia, pero no entró nadie… o quizás sí. En el espejo vio a su marido varios
años más joven que entraba en el baño empujando a la chica y tirándola sin
miramiento al suelo. Antes de que ella tocara el suelo en su caída, como un
vídeo que rebobinaba una y otra vez la misma escena, volvía a ver a su marido entrar,
repitiendo la acción donde se veía como la golpeaba. En el corto trayecto de la
joven hasta el suelo, varios reflejos de su marido entraron y la golpearon repetidamente,
hasta que quedó retorcida en el suelo.
-Ya
veo. Llevaba tiempo pegándote. Sufriste mucho, hasta que decidiste acabar con
todo.
La
joven se levantó con dificultad, dejando un charco de lágrimas y sangre.
Unas
huellas ensangrentadas caminaban hacia la bañera, indicando que alguien a quien
no veía se dirigía a hacia ella. Salió todo lo aprisa que pudo salpicando agua
ensangrentada por doquier e instintivamente se apartó de su camino, apretándose
contra el armario. Miró el espejo y vio la difusa figura de la joven cómo se
sumergía en la bañera para abandonarse a la fatalidad.
-No
puede ser él –pensaba mientras miraba horrorizada a la joven moribunda- Es
gritón, tiene mal genio, suele venir cabreado de su estresante trabajo, pero
nunca nos ha puesto la mano encima, ni a mí ni al niño.
El
fantasma se frotaba los ojos, manchándoselos de sangre que se transformaba en
surcos al mezclarse con las incesantes lágrimas.
-Me
quieres decir que te suicidaste por los golpes de mi marido, pero te repito que
no puede ser. Él no es violento, él no es un cabrón como el que te hizo eso.
Sobrepasada
por la situación, comenzó a llorar, mientras veía como la vida de la otra chica
se escapaba por sus abiertas muñecas.
Dicen
que el baño dulcifica la muerte –sollozó acurrucada en el rincón-, pero lo dudo
cuando la muerte es la huida a ese dolor.
Los
ojos se le empañaron con las lágrimas, nublándole la vista. Le dio igual,
prefería no mirar aquella horrible visión. Los cerró y se abandonó al llanto.
Acurrucada
en el suelo, se despertó temblando de frío. No sabía cuanto tiempo había
pasado. No recordaba cuando se quedó dormida, pero si recordaba nítidamente la
visión que se le había aparecido aquella noche y el temblor pasó, de ser de
frío a ser de miedo. A pesar de que todo había vuelto a la normalidad, su
retina retenía aquel irreal suceso.
Tras
abrigarse con el albornoz, se dirigió a su habitación, despacio e insegura. Sin
saber que se encontraría, abrió la puerta. ¿Vería al monstruo, o al hombre con quién se casó?
Alargó
el brazo para abrir la puerta y lo vio, vaya si lo vio... vio el antiguo corte
en su muñeca. Se miró ambos antebrazos y contempló horrorizada las heridas
físicas, ahora ya cerradas. Pero el recuerdo había acudido a abrir su herida
interior. Recordó los insultos, los empujones, los golpes. Recordó el dolor,
más psíquico que físico. Cómo el sentimiento de indefensión la llevaba a
refugiarse en el baño. En su mente aparecieron terribles imágenes de un espejo
empañado, de una afilada cuchilla seccionando sus muñecas, de un rastro de
sangre y de una bañera con agua caliente que se tornaba carmesí mientras ella
perdía la consciencia.
Pero,
¿porque no se había acordado hasta ahora? Supuso que su mente había bloqueado
tan terrible suceso. El estrés del día, junto con el relajante baño, habían
abierto su mente, haciendo aflorar los recuerdos.
Plantada
ante el hombre dormido, meditaba sobre qué hacer. Coger a su hijo y huir, o
matarlo allí mismo. Por algún motivo ella no murió, pero no volvería a suceder,
nunca más le levantaría la mano. Fue a la cocina y regresó con un cuchillo, el
más grande que encontró. Demasiada sangre para ella en una sola noche, dejó el
cuchillo sobre la mesita a modo de advertencia para después marcharse, pero el
ruido que hizo este al chocar con la lamparita despertó al hombre. Asustada se
apartó de él, dejando el cuchillo sobre la mesita.
-Ella
era yo y él eras tú. Me amargaste la vida, hasta llevarme al suicidio –gritó
ella.
-Has
recordado. Tu amnesia ha desaparecido –dijo el hombre mirando el cuchillo que
todavía oscilaba en la mesita- ¿Querías matarme? Antes de hacerlo sigue
recordando. Recuerda porqué no te desangraste en la bañera.
Ella
recordó. Recordó la puerta abrirse y su marido entrar gritando. Sus brazos
fuertes la sacaron bruscamente del agua y le taponaron las heridas. Recordó una
estridente sirena, batas blancas a su alrededor y no recordó más. Estaba
confusa.
-Te
vi muerta en la bañera y me asusté. No me dejaron estar a tu lado en el
hospital y me pasé los días en la sala de espera, pensando. Pensé mucho y
cuando cerraba los ojos te veía en aquella bañera, cubierta por tu propia
sangre. Una parte de mí murió en aquel momento.
Gregorio
Sánchez. Octubre 2006.
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