Mari Carmen Sánchez es una escritora ilicitana que tiene varios trabajos pendientes de publicar. Aunque todavía no tiene editorial, hemos querido compartir uno de sus relatos para que la vayais conociendo. Esperamos que pronto podamos ver su primer trabajo en todas las librerías. Este pequeño relato se llama "El Mar" y esperamos que lo disfruteis.
EL MAR
Kasandra llegó a su casa, saludó a
su madre y, a pesar de encontrarse la mesa puesta, se metió en su habitación.
Tenía mucho trabajo por delante. Su profesor le había encomendado la tarea de
escribir una redacción sobre el mar y tenía que salirle perfecta. Así pues, se
sentó en su escritorio, cogió papel y bolígrafo y comenzó a escribir.
“El mar: el mar es una composición
de dos palabras: el y mar. El es un artículo masculino que acompaña a un
nombre. Mar es un nombre común, compuesto por tres letras: la eme, que es la
decimotercera letra del alfabeto, la a, que es la primera y la erre que es la
decimonovena. En el alfabeto griego la eme se escribe…”
Kasandra dejó de escribir, arrugó
el papel y lo tiró a la papelera. No le gustaba nada lo que estaba escribiendo.
Parecía que estaba copiando lo que su profesor de lenguaje le dictara. Resopló,
le dio vueltas a su mente y se metió en Internet, en busca de datos técnicos
sobre el tema. Encontró una página en la que estaba reflejada la composición
del agua del mar y, cogiendo una nueva hoja de papel, comenzó a escribir.
“El mar: el mar es una gran masa de
agua salada que ocupa un alto porcentaje de la superficie total de la Tierra.
El agua del mar está compuesta por H2O, o lo que es lo mismo, agua, cloruro de sodio, cloruro de
magnesio, sulfato neutro de sodio…”
Nuevamente, Kasandra dejó de
escribir y arrugó el papel sobre el que estaba plasmando sus letras, tirándolo
después a la papelera. Esta vez, parecía que se trataba de su profesor de
física y química explicando la lección.
La muchacha se levantó de la silla
y se dejó caer sobre su cama. Miró hacia el techo de la habitación. No sabía
qué podía escribir para agradar a su profesor. Mientras pensaba eso, su madre entró
a su habitación. Kasandra, justificándose por no sentarse a la mesa, le dijo
que estaba escribiendo una redacción, pero que no sabía cómo hacerla, pues cada
vez que comenzaba a escribir, se daba cuenta de que lo que plasmaba en el papel
no tenía calidad.
La mujer le animó, diciéndole que
siempre escribía muy bien y que seguro que se le ocurría alguna cosa y le dio
un consejo: “Limítate a ser tú. Hagas lo que hagas, haz lo que te agrade a ti.
Si escribes lo que a ti más te gusta, podrás compartirlo con los demás, poniéndole
toda la pasión que sientes”.
Amparo le dio un beso a su hija y salió
de la habitación.
Kasandra volvió a mirar al techo,
tan blanco, con esos pegotitos de gotéele que siempre le habían gustado.
Inconscientemente comenzó a crear formas en el techo. Encontró un grupo de
puntitos que formaba lo que parecía ser una cara de gorila, con sus anchas
narices y sus pequeños ojos. Un poquito más hacia la derecha se podía adivinar
la figura de un barco, con su bandera al viento. Kasandra no pudo evitar
sonreír. Recordó cuando, de pequeña, su primo se burlaba de ella por tener
tanta imaginación, pues él sólo veía pegotes de pintura sobre un fondo blanco.
La muchacha nunca entendió por qué su primo, a pesar de tener su misma edad,
era tan poco imaginativo. Si se hubiera parado a mirar más detenidamente y
hubiese utilizado su imaginación…
Kasandra se sentó de repente. ¡Claro!,
ya sabía por qué esta vez no le salían las palabras. ¿A quién pretendía
engañar? Siempre que escribía, lo hacía desde su imaginación. No utilizaba
diccionarios, ni ayudas. No necesitaba ninguna opinión, ni la aprobación de
nadie. Lo hacía simplemente porque le gustaba. Más que gustarle, le encantaba.
Su madre tenía razón, debía escribir lo que ella sentía.
Así pues, decidió olvidarse de los
tecnicismos y de las teorías implantadas.
Se sentó de nuevo en su silla,
cerró los ojos, respiro profundamente, volvió a abrirlos y comenzó a dejarse
llevar.
Estuvo escribiendo sin parar largo
rato. Durante ese tiempo, fue como si su cuerpo estuviera sentado en esa silla,
mientras su corazón volaban allá donde su mente estaba.
No sentía hambre, ni cansancio, ni
sueño, ni ninguna otra necesidad que la de expresar lo que guardaba dentro. Las
imágenes le venían a la mente, su corazón las sentía y su mano las plasmaba en
el papel. Kasandra no podía ser más feliz. Era su momento de paz. Allí nada ni
nadie podía perturbar su tranquilidad. Era lo que más le gustaba hacer en el
mundo y no necesitaba demostrárselo a nadie. Le bastaba con gozarlo, con saborearlo, con sentirlo, con vivirlo.
Cuando hubo terminado la redacción
la releyó y corrigió los errores ortográficos: alguna coma mal puesta, alguna
hache que se le había pasado por alto, alguna uve ocupando el lugar de una be… Cuando
ya la había leído tres veces, se colocó delante del ordenador y acariciando el
teclado, comenzó a transcribir lo ya escrito. En una ocasión, su madre le
preguntó por qué hacía el trabajo doble, por qué no escribía directamente en el
ordenador para ahorrarse tiempo y esfuerzo. Ella le contestó que aquella era su
manera de escribir, pues sentía que el teclado era demasiado frío y la pantalla demasiado hermética. Ella
prefería sentir el bolígrafo entre sus dedos, ver su letra plasmada sobre el
papel y acariciar el suave relieve que producía su escritura.
Una vez hubo terminado de
transcribir su redacción, la imprimió. La muchacha salió de su habitación llena
de orgullo y fue en busca de su madre. Siempre que escribía algo le gustaba
compartirlo con ella. La halló en la cocina. Llena de entusiasmo le dijo que ya
había terminado la redacción, a lo que su madre le preguntó si se la quería
leer.
Kasandra sonrió, miró su escrito,
carraspeó y comenzó a leer.
“El mar. ¿Qué es el mar? El mar no
es un espacio, ni un lugar. El mar no tiene tiempo ni edad. El mar es un
sentimiento que me invade de felicidad, inundando cada poro de mi piel. Es mi
rincón favorito. Es el lugar al que huyo cuando no tengo ganas de estar con
nadie más que conmigo misma. Es un todo precioso, formado por miles de gotas
que juguetean entre sí formando las olas.
Me encanta la sensación de
bienestar cuando me estoy acercando a él, cuando percibo su suave perfume, cuando
noto la arena bajo mis pies, cuando escucho el rumor de las olas en el
atardecer.
Es tan agradable ver a las gaviotas
revoloteando a su alrededor, planeando sobre él.
La brisa acaricia mi cabello, y
estremece mi piel, pues soy muy feliz cuando me hallo frente a él.
Poco a poco voy metiendo mis pies
en sus frescas aguas. A medida que avanzo, siento todo su poder sobre mí. Me
invade una sensación de plenitud cuando sumerjo todo mi cuerpo en él.
El mar es el reino en el que
habitan los seres submarinos más fantásticos del mundo. Estrellas de mar
ataviadas con trajes relucientes, pulpos gigantes que me saludan ocho veces,
una con cada tentáculo. Peces de colores que hacen las delicias de mi vista.
Caballitos de mar, tan grandes que me puedo montar en ellos y dejarme guiar
hacia los confines de su reino. Tiburones y ballenas, sonriéndome al pasar.
Mi piel se transforma, se llena de
escamas de cintura hacia abajo y mis pies desaparecen, dejando paso a una
hermosa aleta de color púrpura.
Me dejo llevar por todo lo que me
rodea y juego con los seres submarinos. Charlo con las ondinas, nado junto a
las orcas, bailo con las tortugas marinas.
En el mar puedo ser quien yo quiero
ser. Tan pronto me convierto en sirena, esperando la llegada de mi príncipe
marinero, como en curiosa submarinista explorando los restos de un naufragio.
El mar es mi segundo hogar, mi
lugar de vacaciones, mi exilio favorito. En él yo río, nado, sueño, creo mi
propia realidad.
Hoy he vuelto allí. Me he dejado
llevar y he acabado sumergida en sus aguas. No sé cómo describir la sensación
que me invade cuando me hallo arropada por su esencia. Es tanta la hospitalidad
que siento cuando me sumerjo en mi paraíso particular…
Eso es el mar. Ese es mi mar”.
Cuando Kasandra terminó de leer y
levantó la vista de su escrito, vio a su madre con la boca abierta. La muchacha
sonrió y le preguntó si le había gustado.
La respuesta no se hizo esperar: “Por
supuesto”. A su madre le había encantado, le pareció preciosa. Kasandra le dijo
que tenía razón, que debía ser ella misma y escribir lo que le dictaba su
corazón.
Amparo, todavía emocionada por el
relato de su hija, le dijo que mostrando su esencia agradaría a la persona que
más debía importarle en el mundo: ella misma.
Madre e hija se abrazaron y
comenzaron a reír. Aquella redacción llevaba consigo una valiosa lección.
Kasandra y su madre comenzaron a comer.
Entre bocado y bocado, la joven miraba a su madre con orgullo, pues siempre le
había apoyado y había creído ciegamente en ella. Además, cada vez que le
hablaba, le daba una lección. Esta vez había aprendido que todos somos
diferentes y que cada uno debe vivir la vida a su manera, creando su propio
mundo.
Cuando hubo terminado de comer, Kasandra
se levantó de su silla, rodeó la mesa y se acercó a su madre. La miró
dulcemente, agradeciéndole en silencio todo lo que hacía día a día por ella. Le
cogió las manos y con su delicada voz le preguntó: “Mamá, y para ti… ¿qué es el
mar?”
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